lunes, 14 de abril de 2014

Rincones de Logroño (Monte Cantabria)

  Siempre, siempre que salgo a pasear por Logroño, se me va la vista al cerro  vigilante colgado sobre el Ebro  y conocido por todos como Monte Cantabria. Allí arriba,  aun languidecen  los restos demacrados de una ciudad celtibérica, entre los matojos y furtivos agujeros, las piedras de nuestra historia  aguantan estoicamente el paso del tiempo y en ocasiones los desaguisados humanos. El lugar, siempre se merece una visita,  no solo para gozar del yacimiento arqueológico, sino para extasiarse con la vista privilegiada que nos brinda el imponente balcón sobre la ciudad.

  Y como muchas  otras veces, mis pies no se resisten a encaminarse hacia ese lugar enigmático, y acompañado con el sol a mi espalda empiezo a subir las primeras rampas que parten del cementerio. En otras ocasiones solía hacer este trayecto corriendo, pero las empinadas y bacheadas cuestas ahora castigarían mi cuerpo. Aun así,  la respiración y el corazón no tardan en acelerarse y tengo que responder a los saludos de los peregrinos con los que me voy cruzando con una ligero gesto ahogado.
  Y para colmo, al pasar por unas marginales viviendas, salen a mi encuentro unos desaliñados perros que ladran al calor de sus amos que con sus miradas me azoran.
   Pero en seguida voy ganando altura, y entre las viñas y viejos olivos, mi paso se agiliza, voy entrando en calor, pero no tanto como para echar a correr como en tiempos pasados. Ya se atisba el punto genodésico que corona el cerro, colocado espantosamente sobre los restos de la muralla.
  Entonces mi imaginación empieza a trabajar, creo oír voces y gemidos que arrastra el aire hacia mi, entrechocar de espadas, gritos de guerra, incluso creo haber visto asomase tras las viejas torres un berón con su  celada celtibérica que me increpa desde las alturas blandiendo su falcata.
  Por fin, arriba, entro en el recinto a través de una herida en la muralla provocada por motocicletas y otros vehículos humanos. El lugar como siempre, aparece abandonado y lleno de matojos que dejan entrever los restos de viejas campañas arqueológicas y de desaprensivos Indiana Jones que jugaron a encontrar tesoros, Recorro el perímetro y puedo contar hasta once torres adosadas a la muralla. Madre mía, tuvo que ser una impresionante ciudad para su tiempo.
  Apenado por el estado del yacimiento, y con la esperanza de que algún día se recupere, no me queda otra que asomarme al precipicio que da al río y extasiarme con la fantástica vista. Abajo se ve la ciudad de  Logroño, coqueta y alegre abrazada por el Ebro. Uno tras otros, sus puentes la tocan y las verdes arboledas la acunan. Para entonces, el sol empieza a ponerse, y lanza sus últimos rayos acariciando los tejados rojos. Es un paisaje entrañable que merece la pena visitarlo de vez en cuando, esos si, siempre respetando lo que aquí se encuentra. Pero como no somos de fiar, espero que las autoridades COMPETENTES, pongan coto para preservar  esta maravilla que aquí tenemos.

 

sábado, 12 de abril de 2014

RINCONES DE LOGROÑO (VIEJO PUENTE)

  Viejo puente  de arenisca y sudor,
sobre el vado del río pusieron tus piedras,
para siempre ya en su lecho.

  Sobre ti las vidas vienen y van,
bajos tus sillares la corriente arrastran palabras antiguas,
y entre tus arcos fluyen las almas perdidas.

  Y yo, perdido entre las dos orillas,
me refugio en tus oscuras sombras,
con la esperanza que el tiempo no me atrape,
con la esperanza de dormirme en tus pilares.




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