Y como muchas otras veces, mis pies no se resisten a encaminarse hacia ese lugar enigmático, y acompañado con el sol a mi espalda empiezo a subir las primeras rampas que parten del cementerio. En otras ocasiones solía hacer este trayecto corriendo, pero las empinadas y bacheadas cuestas ahora castigarían mi cuerpo. Aun así, la respiración y el corazón no tardan en acelerarse y tengo que responder a los saludos de los peregrinos con los que me voy cruzando con una ligero gesto ahogado.
Y para colmo, al pasar por unas marginales viviendas, salen a mi encuentro unos desaliñados perros que ladran al calor de sus amos que con sus miradas me azoran.
Pero en seguida voy ganando altura, y entre las viñas y viejos olivos, mi paso se agiliza, voy entrando en calor, pero no tanto como para echar a correr como en tiempos pasados. Ya se atisba el punto genodésico que corona el cerro, colocado espantosamente sobre los restos de la muralla.
Entonces mi imaginación empieza a trabajar, creo oír voces y gemidos que arrastra el aire hacia mi, entrechocar de espadas, gritos de guerra, incluso creo haber visto asomase tras las viejas torres un berón con su celada celtibérica que me increpa desde las alturas blandiendo su falcata.
Por fin, arriba, entro en el recinto a través de una herida en la muralla provocada por motocicletas y otros vehículos humanos. El lugar como siempre, aparece abandonado y lleno de matojos que dejan entrever los restos de viejas campañas arqueológicas y de desaprensivos Indiana Jones que jugaron a encontrar tesoros, Recorro el perímetro y puedo contar hasta once torres adosadas a la muralla. Madre mía, tuvo que ser una impresionante ciudad para su tiempo.
Apenado por el estado del yacimiento, y con la esperanza de que algún día se recupere, no me queda otra que asomarme al precipicio que da al río y extasiarme con la fantástica vista. Abajo se ve la ciudad de Logroño, coqueta y alegre abrazada por el Ebro. Uno tras otros, sus puentes la tocan y las verdes arboledas la acunan. Para entonces, el sol empieza a ponerse, y lanza sus últimos rayos acariciando los tejados rojos. Es un paisaje entrañable que merece la pena visitarlo de vez en cuando, esos si, siempre respetando lo que aquí se encuentra. Pero como no somos de fiar, espero que las autoridades COMPETENTES, pongan coto para preservar esta maravilla que aquí tenemos.