Y entre las hileras de viñas ya invernales, aun brillan aquí y allá unas pocas hojas dorada y rojas.
El sol mortecino de media tarde las hace brillar como semáforos y el viento fresco las mece.
Y yo, caminante azaroso, con la respiración entrecortada, paso junto a ellas mirándolas encandilado con su brillo.
Pero se que vendrá un viento más vigoroso que sin escrúpulos las arrancará de la cepa, apagando su color y quedando olvidadas junto algún ribazo cercano.
Sigo en mi empinado camino flanqueado por las cepas viejas, aun pensando en aquellas hojas y en su inminente finitud.
Y pienso, que ni si quiera las flores más bellas no se marchitan, que ni los días más luminosos no terminan por nublarse, que los ríos más caudalosos no pueden secarse, y lo que más aun me atormenta, que tus dulces besos pueden marcharse.
Y sigo caminando y no quiero pararme pues soy temeroso de perder esta senda, porque se que ya no tenemos nada, solo momentos y recuerdos, que como aquellas hojas se irán apagando.
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