Entre montañas, el monte Hornillo y el San Cristobal te cobijan.
Y tu, amurallada y tibia bajo el sol de otoño,
miras al Izki indolente, disputándole su belleza.
Quien se resiste al pasar junto a tu vera, a admirar tu silueta acorazada, quien no ha soñado ser morador entre tus piedras.
Antoñana, una y mil veces te contemplaré , y llevaré en mi mente, tu gallarda silueta.
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